A través de la pintura, el sonido y las artes electrónicas, Paloma Marquez, desarrolla su cosmovisión del mundo, donde el hombre actúa como módulo dentro de un sistema cíclico y persistente. El personaje se enfrenta a su entorno, desafiandose a sí mismo. Estas ideas se desarrollan y disuelves en pigmentos y minerales, en fragmentos del tiempo que laten bajo la superficie. Las imágenes emergen como ecos de un mundo que se transforma lentamente, donde lo orgánico y lo emocional se entrelazan con lo geológico.

La pintura, las instalaciones artisticas y la ilustración funcionan como herramientas, espacios de escucha: territorios donde lo visible y lo latente dialogan. En ellos, hay personajes, piedras, libros y otros objetos erosionadas que se convierten en huellas de una memoria compartida. Todo se mezcla, se asienta, y vuelve a vibrar como una luz que insiste en permanecer.